Qué suerte la de aquellos que tienen un objeto mágico: una capa de invisibilidad, una varita que haga volar las cosas por el aire o un cofre lleno de oro que, por mucho oro que se saque, siempre permanece lleno.
Una de estas personas se llamaba Pedro y vivió hace mucho tiempo, en un país muy lejano. Pedro tenía una flauta mágica con la que podía hechizar a cualquier persona. Era sencillo: cuando Pedro tocaba su flauta, todos los que la escuchaban quedaban mágicamente encantados y tenían que obedecerle, pidiese lo que pidiese.
Pedro, al que todos llamaban Pedroflauta, no utilizaba a menudo el poder de la flauta; lo hacía solo de vez en cuando. La utilizó un día de verano, de esos en los que el Sol aprieta. Pedro tocó su flauta y pidió a los que le escuchaban que trajesen sandía, refrescos y helados. Sobre todo helados. También cuando, otro día, perdió sus mejores zapatos. Fue tocando por el pueblo y puso a todo el mundo a buscarlos. Los zapatos aparecieron junto a un perro callejero que, orgulloso, movía el rabo. Ni que decir tiene que de nada sirvió encontrarlos: estaban rotos y babeados. Pedroflauta, que tenía muy buen carácter, no se enfadó. Cogió al perro y le dijo:
-¡Qué perrito juguetón! Desde hoy te quedas conmigo.
A Pedroflauta le gustaban las cosas sencillas: sentarse en la playa a escuchar el mar, hacer lagas caminatas con su mochila y, sobre todo, tumbarse y disfrutar de la hierba. Disfrutaban Pedroflauta y su perro de la sombra en una plaza cuando llegó hasta ellos una niña llorando.
-¿Qué te pasa, chiquilla? ¿Por qué lloras desconsolada?
-Porque he de marcharme para siempre y nunca podré volver. Tengo que salir del reino y ni siquiera puedo decírselo a mis padres. Es una orden el rey Carlos. ¡Pobre de mí! Viviré sola y desamparada.
-¿Vivir tú sola, pequeña? ¿Qué va a ser de ti lejos de casa? Nena ¿Qué va a ser de ti? Vamos a ver: ¿Qué has hecho tú para merecer tal castigo?
-¡Nada! Bueno… nada malo. Solo ganarle al rey Carlos jugando al ajedrez. Fue sin querer, de verdad. Juega fatal, el muy bobo. Como además tiene mal genio, se enfadó y me ha desterrado.
-Bueno, eso tiene solución. Deja ya de llorar y sígueme.
Pedroflauta, el perro y la niña fueron andando hasta el palacio. Los guardias de la puerta la reconocieron nada más verla. ¿¡Sería posible!? ¡Estaba incumpliendo las órdenes del rey Carlos! Al instante, los guardias les apresaron y los llevaron ante el rey, que se levantó del trono enojado. Antes de que pudiese abrir la boca, Pedroflauta se puso a tocar una suave melodía y el rey quedó hechizado. Pedroflauta le dijo:
-Habéis sido injusto con esta niña, imponiéndole un castigo desmesurado. No merecéis ese trono, tan cómodo y suntuoso. Os merecéis otro sitio, más sucio y asqueroso. Por eso, de aquí en adelante, viviréis en el establo. Y no en el de los caballos, que suele estar más cuidado. Iréis al de la vacas, con su pedos, sus mugidos y sus cacas. Es lo que os merecéis por haber sido malvado.
El rey Carlos, el hechizado, por su propio pie bajó a los establos y de allí nunca salió. El trono quedó vacío y más de uno quiso ocuparlo. No lo hizo Pedroflauta, pues ser rey le parecía un tostón. Lo suyo era tocar la flauta y vivir sin malos rollos.
Ilustraciónes: flauta de Clker Free Vector Images, estrellas de Maciej Szewczyk, usadas en los términos de Pixabay
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