De repente, sin ningún motivo, a la doctora Villa le entró hipo.
-Se me pasará en un momento -vaticinó sentada en el sofá de su casa.
Pero el hipo no se iba, y aquello empezaba a ser molesto.
-Soy una eminente doctora, capaz de curar muchas enfermedades. Quitarme el hipo es cosa fácil: solo tengo que aguantar unos segundos sin respirar.
Lo hizo, y no solo unos segundos, sino muchos. Pero el hipo era terco y no cesaba.
-Ummhhh. ¡Ya sé! Pasaré al plan B: ¡tengo que darme un buen susto!
La doctora Villa intentó asustarse a sí misma con un pellizco y luego con un fuerte y súbito grito, pero no funcionó. ¡Una persona no puede asustarse a sí misma!
-Necesito ayuda de alguien -se dijo.
Cogió el teléfono y llamó a su amiga, la doctora Gris, a la que todos llamaban así porque siempre pasaba consulta con una vieja bata gris que más parecía un albornoz que una bata.
-Hola Gris. Necesito que me des un susto. Un buen susto. Tengo ¡hip! hipo y no hay forma de que se me quite.
-OK. No te preocupes. Ahora mismo te lo doy.
No había pasado ni un minuto cuando el teléfono de la doctora Villa sonó. Era Gris quien la llamaba.
-¡Corre Villa, corre! ¡Tu casa está ardiendo! ¡Sale una gran humareda y veo llamas en el salón!
-Pero si estoy en mi casa, en el sofá ¡hip! y aquí no hay nada ¡hip! ardiendo -respondió Villa.
Menuda birria de susto la del fuego. No había funcionado. Villa estaba desesperada. ¡No había forma de quitarse el hipo! Necesitaba una solución drástica. Y la encontró. Se acordó de su miedo a volar. Nunca había sido capaz de hacerlo, pues tenía pánico a las alturas. Ni corta ni perezosa, cogió un taxi al aeropuerto, se acercó al mostrador más cercano y dijo:
-Por favor, un billete de avión.
-¿A qué ciudad de destino?
-Me da igual- ¡Hip! El primero que salga.
-Como quiera, señora. El cliente siempre tiene razón. Aquí tiene, su billete directo a Moscú.
La doctora Villa subió al avión, los motores arrancaron, el avión cogió velocidad y despegó. ¡Fue fantástico, en lugar de terrible! Después de todo, montar en avión no es para tanto, pensaba mientras miraba los ríos y ciudades desde allí arriba. Sin miedo, pero con hipo, la doctora Villa llegó a Moscú, compró un billete de vuelta y regresó a su casa.
Cansada de tanto viaje, la doctora Villa se sentó en su sofá.
Y de repente, sin ningún motivo, a la doctora Villa se le quitó el hipo.
Ilustración original de Bilal EL-Daou, usada en los términos de Pixabay