El Vizconde de Vizcaya

“El Vizconde de Vizcaya”. Así se titulaba el cuento preferido de Miguel. Su mamá se lo había leído ya muchas veces, sobre todo por las noches cuando Miguel se iba a la cama.
Su madre le leía también otros cuentos como el de “Caperucita y el lobo”, “Los tres cerditos”, “El gato con botas” ¿te suenan? pero, para Miguel, ninguno podía competir con el fabuloso “Vizconde de Vizcaya”. La verdad es que, aunque el libro era viejo y tenía pocos dibujos, era muy divertido: en él se narraban las aventuras de un hombre que nació bizco y vizconde y que, entre nosotros, estaba un poquito mal de la olla y andaba siempre metiendo la pata. Una vez, por ejemplo, el Vizconde confundió unos rascacielos con gigantes y se puso a luchar contra ellos. Otra, saltó al campo en medio de un partido de fútbol, pensando que aquello era una batalla entre ejércitos. ¡Menudo lío montó! Eso sí, aunque andaba mal de la vista y regulín de la cabeza, el Vizconde de Vizcaya era un buen tipo con un gran corazón y eso le gustaba mucho a Miguel.
Todas las noches, cuando Miguel se quedaba dormido, su mamá dejaba el libro colocado en una estantería, bien lejos del alcance de Terminator, un bonito y travieso perro que vivía con ellos. Lo hacía así porque Terminator tenía la mala costumbre de morderlo prácticamente todo: alfombras, zapatos, cortinas… nada se le resistía.
Pero una noche la mamá de Miguel se quedó dormida con el libro en las manos y Terminator aprovechó para, con gran sigilo, coger el libro con su boca, llevárselo al salón y allí “jugar” al estilo canino, mordiéndolo con fuerza y dándole vueltas y vueltas. Sus dientes agujerearon muchas páginas y otras se rompieron en varios trozos. Con todo, lo peor fue que soltó un montón de babas y las babas impregnaron las hojas, diluyendo la tinta y las palabras. Ya no se entendía lo que estaba escrito; el pequeño y viejo libro quedó inservible.
Nada pudo consolar a Miguel el día siguiente:
-No te preocupes. Lo buscaremos en las librerías y lo compraremos -le dijeron.
No pudieron comprarlo. En las librerías ya no tenían un libro tan viejo.
-¡Quizás esté en la biblioteca!
En la biblioteca había muchos cuentos, es verdad, pero entre ellos no estaba “El Vizconde de Vizcaya”.
-Seguro que buscando en Internet lo encontramos.
¡Qué va! Ni por esas lo lograron.
Miguel tuvo claro que iba a ser imposible conseguir su querido cuento. Ese que, de escucharlo cada noche, se sabía de memoria.
-¡Eso es! ¡De memoria! ¡Me lo sé palabra por palabra! -se dijo Miguel.
Entonces, cogió una libreta y comenzó a escribir en ella el cuento, que empezaba así: “En un lugar de Vizcaya, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un vizconde…”
Miguel consiguió escribir todo el cuento y su mamá volvió a leérselo muchas noches, cuando él se iba a la cama. Como le había gustado escribir el cuento, de ahí en adelante escribió más. Al principio pequeñas historias y cortas poesías. Cuando creció, libros más largos, algunos con muchas páginas. Y todo gracias a dos personas: a su mamá y ¡al Vizconde de Vizcaya!

Ilustración original: Graphic Mama Team, usada en los términos de Pixabay

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