La elefanta Shiseida era gris. Bueno, no exactamente gris; un marrón apagado, podría decirse. Era… de ese color que tiene la piel de los elefantes, casi siempre llena del polvo de la sabana.
¡Qué soso! Pensaba Shiseida. ¡Tanto cuerpo y solo un color! Ella preferiría tener franjas, como las cebras, o manchas grandes y vistosas, como los leopardos. Se imaginaba a sí misma con una trompa naranja, como el pico de algunos pájaros. Con las uñas rosa chicle, como las plumas de los flamencos, y con la cola bien negra, que el negro combina con todo.
Le gustaba a Shiseida bañarse a solas en el río, en una zona algo alejada, donde el agua era más limpia y clara. Cierto día, al ir a bañarse, Shiesida divisó un coche averiado, al lado del río. Conocía bien el coche, porque lo veía a menudo. Era el de un cuidador de la reserva, que siempre andaba de acá para allá, llevando comida a los animales hambrientos. Del motor todavía salía humo y Shiseida, curiosa, se acercó. Allí no había nadie. Como el coche tenía un remolque Shiseida miró dentro, por si hubiera comida. Pero no, no había comida. Ese día la carga era diferente: el remolque estaba lleno de enormes botes de pintura. ¡Pinturas!
Shiseida, con su habilidosa trompa, abrió los botes y al ver tantos y tan bellos colores, se puso manos a la obra: pintó sus orejas de amarillo, marrón y negro, intentando que parecieran gigantescas alas de mariposa. ¿Cómo habría quedado? Se acercó al río y se miró en el reflejo del agua. ¡Le gustaba!
Orgullosa, volvió con su manada. Esperaba que, al verla, todos se quedasen boquiabiertos, maravillados con su nuevo look.
Pero, al llegar, los elefantes más viejos comenzaron a reírse de ella y a decir:
-Pero ¡qué te crees! ¿Qué hay carnaval en la sabana?
-¡Mueve las orejas, a ver si sales volando!
Triste, Shiseida agachó la cabeza y comenzó andar para ir a lavarse al río. Pero entonces se dio cuenta de que Giorgio, un joven elefante, la seguía.
-¡Eh! Shiseida ¡espera! -le dijo Giorgio-. A mí sí me gustan tus orejas de colores. ¿Crees que podrías pintármelas a mí?
-Claro, ven conmigo -dijo ella.
Shiseida llevó a Giorgio hasta el coche abandonado y esta vez no se limitaron a las orejas, sino que se pintaron todo el cuerpo. Tampoco escatimaron en colores: verde, azul, violeta… ¡Qué llamativos estaban! ¡Vaya explosión de fantasía! Shiseida y Giorgio decidieron volver con la manada, sin importarles lo que dijeran o pensaran el resto.
Los días siguientes, poco a poco, otros elefantes quisieron también pintarrajearse y lucir vivos colores. Tantos fueron que el guardia de la reserva tiene desde entonces trabajo extra: no solo se encarga de llevar comida a todas partes; ahora también, cada semana, rellena los botes de pintura de los más vistosos elefantes que nunca se hayan visto.
Ilustración original de Michael Drummond , usada en los términos de Pixabay