Rasta y Fary

En la gran estepa rusa nació un hámster. Un hámster ruso, claro. Sus padres le llamaron Dejebe Tudejebere Seibiunouva Majavi Ande Bugui Ande Güididipí.

-Eso que tienes tú no parece un nombre -le decían al pequeño hámster los demás- ¡eso es como un trabalenguas!

Y era verdad. ¡Menudo nombrecito le habían puesto!

No pasó mucho tiempo hasta que el pequeño hámster pudo cambiar su largo y difícil nombre por un apodo mucho más corto: “el Fary”. Eso le gustaba más.

Vivía en una confortable madriguera, excavada junto a un viejo carro abandonado. Aunque era pequeño, Fary no se achantaba. Él tenía chulería y ese punto de alegría que le hacía ir siempre cantando.

Hasta aquí, se diría que el Fary era un hámster, digamos, “normal”: ruso, gris, pequeño, simpático…

Pero Fary tenía algo que lo hacía excepcional. Algo único en su especie. Y es que al Fary le gustaban… ¡¡¡las serpientes!!! Sí, has oído bien. Al Fary le divertía mucho mirar cómo las serpientes se movían haciendo eses por el suelo. Y cuando los demás hámsteres salían pitando al ver una, él se quedaba mirándola, ensimismado con esa piel tan brillante.

-¡Que te va a comer! ¡Corre! -le gritaban sus amigos. Pero Fary aguantaba más tiempo y, solo en el último momento, salía disparado camino de la madriguera.

-Este hijo mío -decía su madre- me trae por la calle de la amargura. Cualquier día tendremos una desgracia.

Un día de verano, andaba el Fary buscando semillas cuando, a lo lejos, vio moverse algo en un arbusto. Curioso como era, se acercó a mirar. ¡Era una serpiente! ¡Una serpiente atrapada! Se había quedado enrollada entre las ramas, y ahora no era capaz de salir.

-Ho…Hola -dijo en voz baja el Fary-. ¿Qué te ocurre?

-¿Acaso no lo ves? Estoy aquí, atrapada en el arbusto. Llevo horas así y creo que moriré aquí.

-¿Y cómo te llamas?

-¿Yo? Soy Rasta, la serpiente, pero ¿qué importa, si voy a morir?

Fary se quedó callado, pensativo y desconfiado. Al cabo de un rato se atrevió a hablar de nuevo:

-Tengo una idea, Rasta. Puedo ayudarte.

-¿Tú? ¿a mí? ¿Un hámster ayudando a una serpiente? ¡Habrase visto!

-Te ayudaré si prometes no comerme.

-Me lo pones fácil. Cuenta con ello.

Fary se puso a roer con cuidado todas las ramas del arbusto. Al menos, todas aquellas que tenían apresada a Rasta. Para cuando acabó, horas después, la serpiente estaba liberada.

-¡Gracias! ¡Mil gracias! Qué digo ¡Un millón de millones de gracias! Te estaré para siempre agradecida, Fary -dijo Rasta- ¿puedo hacer algo por ti?

-Sí, creo que sí -respondió Fary, con una pícara sonrisa en la boca.

Lo que ocurrió después todavía es recordado por los hámsteres de la estepa. Nunca podrán olvidarlo. Nunca olvidarán cómo vieron llegar al Fary, al pequeño Fary, subido sobre la serpiente Rasta, como si esta fuese un caballo, cantando con alegría “Aserejé ja de je, de jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui an de güididípi…”

Imagen: Álex Muñoz. 5 años

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