En un planeta muy, pero que muy lejano, existían unos extraterrestres llamados “los Villarriba”.
Los Villarriba, al igual que los humanos, llegaron a vivir en grandes ciudades, a llenar su planeta de carreteras y de fábricas, a construir aviones e incluso a tener un montón de aparatos como lavadoras, frigoríficos, televisores y teléfonos móviles.
Los Villarriba eran tantos y tenían tantas cosas que generaban un montón de basura. No tenían que preocuparse por reciclar, porque tiraban toda la basura por un enorme agujero que había en su planeta. El agujero era como un pozo gigante, muy grande y muy oscuro, que parecía no tener fondo. Por el gran pozo tiraban montones y montones de bolsas llenas de basura, sus móviles cuando se estropeaban y hasta los coches y camiones viejos. ¡Ahí dentro cabía de todo!
Lo que ellos no sabían es que en el interior de su planeta vivían otros seres, “los Villabajo”, que mucho tiempo atrás habían logrado bajar por el pozo y establecerse allí, en ese lugar tan profundo. Los Villabajo disfrutaron de muchos años de tranquilidad hasta que, para su sorpresa, comenzó a caer basura sobre sus cabezas. Eran los desechos que, desde arriba, tiraban los Villarriba por el pozo. ¡Qué asco! Lluvia de basura ¡Puag! Lo peor es que, una vez que empezó a caer basura, cada vez caía más y más: toneladas de comida, miles de latas y todo tipo de bolsas y plásticos.
Los Villabajo no daban abasto intentando reciclar tanta basura y su bonito mundo subterráneo se estaba volviendo asqueroso. Pero encontraron una solución: fabricaron un gran cañón y con él comenzaron a disparar toda la basura por el gran agujero, pero hacia arriba. El gran cañón podía disparar muy rápido ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Basura va! Imagina la sorpresa de los Villarriba cuando vieron que el pozo sin fondo se había convertido, de repente, en una especie de “volcán de basura”.
Durante muchas semanas los Villarriba contemplaron horrorizados cómo el pozo-volcán expulsaba sin cesar todo tipo de cosas repugnantes e inservibles que luego caían sobre sus casas y sus ciudades (y, si tenían mala suerte, directamente sobre sus cabezas).
Cuando la lluvia de basura terminó, los Villarriba lo tenían claro: en adelante intentarían generar la menor cantidad de basura posible y, la que generasen, la reciclarían bien y no la tirarían por el pozo.