El tesoro de Okibamba

OKIBAMBA

La gran montaña Okibamba podía verse desde lejos, desde muy lejos. Su cima parecía pintada de un blanco perpetuo y su imponente silueta estaba salpicada de rocas que cortaban el viento generando ruidosos remolinos.
La leyenda decía que Okibamba había sido la morada de los dioses al principio de los tiempos. Decía también que los dioses habían dejado en su cima un tesoro de valor incalculable. Un tesoro sin igual que muchos intrépidos y valientes aventureros habían intentado alcanzar, pero que Okibamba parecía guardar con celo, no permitiendo a nadie llegar hasta él.
Así, cuando el gran guerrero Trambo intentó la ascensión, Okibamba hizo al aire moverse con una fuerza inusitada, creando una terrible y gélida ventisca. Trambo apenas podía abrir los ojos ni caminar. Suerte tuvo de poder regresar a duras penas, avanzando lentamente y casi sin sentir las piernas.
Tiempo después, cuando el tozudo Napopuma subía y ganaba metros de altura entre la nieve, Okibamba se retorció moviendo sus rocosas entrañas y provocando una gran avalancha. Napopuma no pudo esquivarla y su cuerpo quedó para siempre atrapado bajo la nieve. Puedes dar por hecho que allí sigue, congelado junto a su inseparable sombrero y sus botas negras.
Y así ocurrió con cada uno de los osados aventureros que, venidos desde muy lejos, desafiaron al destino intentando llegar al tesoro: algunos pocos regresaron con vida. Los demás, que fueron mayoría, nunca pudieron contarlo.
Las gentes que vivían en una pequeña aldea al pie de Okibamba conocían bien estas historias y por sus cabezas no pasaba, ni de lejos, la idea de intentar subir en busca del tesoro. Todos temían a la montaña. Bueno, no todos. Una niña llamada Hillary miraba cada mañana por la ventana de su habitación la bella silueta de Okibamba y les decía a sus padres:
– Yo la subiré ¡Seré la primera! ¡Pronto lo intentaré!
– ¡Deja ya de decir tonterías! -le interrumpía su madre.
– Pequeña, cuando crezcas y seas mayor entenderás que hay cosas imposibles de lograr y es inútil empeñarse en lograrlas -añadía su padre.
Hillary no respondía ni se alteraba. Se limitaba a sonreír y fijaba su vista en Okibamba. Por eso, cuando una mañana la mamá entró en la habitación de Hillary para despertarla y vio la ventana abierta sintió una punzada en el corazón. Sabía lo que ocurría: Hillary se había ido. Su madre se puso a llorar.
Para cuando la madre de Hillary vertió su primera lágrima la pequeña niña se encontraba ya en medio de la montaña y Okibamba se percató de su presencia.
-¡Otra vez! ¿Es que no se cansarán nunca? Te llevarás tu merecido, insensata.
Fue entonces cuando Okibamba se fijó en que, esta vez, quien subía tenía un cuerpo pequeño, demasiado pequeño para ser el de un adulto.
-¡Si es una niña! ¡Una niña! ¿Se habrá perdido? ¿Pero qué hace?
La montaña no salía de su asombro.
-¡Allá ella! No creo que llegue muy lejos.
Pero Hillary no paraba de subir con pasos cortos y firmes. Aunque en el último tramo le faltaban el aliento y las fuerzas, Hillary no desfalleció. Alcanzó la cima y, feliz, se puso a buscar su merecida recompensa: ¡El tesoro!
Hillary miró alrededor, pero no veía nada. Buscó alguna señal. Pisoteó aquí y allá. Nada. ¡Allí no había nada! Abatida, Hillary se sentó en el suelo. Sintió el aire que la rodeaba y miró a lo lejos. ¡Qué inmensidad! ¡Cuánta belleza! A sus pies, el mundo era un mar de nubes salpicado de montes, ríos y valles. El tiempo mismo pareció detenerse y Hillary por fin lo entendió:
-¡Lo encontré! ¡Este es el tesoro!
Sobre la cima de la gran Okibamba, Hillary se sintió muy pequeña. Y sintió también más cosas, cosas que son difíciles de expresar con palabras. No pudo disfrutarlas mucho rato porque el tiempo apremiaba. Tenía que regresar pues pronto caería la noche.
Las lágrimas de su mamá y su papá ya se habían gastado cuando vieron llegar a alguien: ¡Era Hillary! Todos en la aldea la abrazaron. ¡Qué alegría!
-¿Estás bien? ¿Tienes frío? ¿Quieres comer algo?
Entonces, un niño se acercó a Hillary y le preguntó:
-¿Y el tesoro? ¿Es verdad que había un tesoro?
– ¡Por supuesto! Un gran tesoro -respondió Hillary-. Estará siempre allí arriba.

[Votos: 8 Media: 4.8]