Tumbado sobre la arena del desierto, disfrutando del frescor que brindaba la noche, Imhotep miraba la Luna y hablaba a la noche, a la Luna y a las estrellas:
—¿Hará en la Luna frío o hará calor? ¿Vivirán en ella otras personas? ¡Qué hermosa eres, blanca Luna! ¡Algún día volaré y pondré mis pies sobre ti!
Quienes le escuchaban decir tales cosas se solían reír de él, pues Imhotep vivió hace miles de años, en el antiguo Egipto, cuando todavía no existían los motores, ni los aviones, ni mucho menos los cohetes.
—¿Cómo piensas llegar hasta la Luna, Imhotep? ¿Te montarás en un águila para que te lleve? –se reían de él.
Pero Imhotep ignoraba estas palabras y permanecía tumbado en la arena hasta quedarse profundamente dormido.
Cierto día, estaba Imhotep viendo a unos niños jugar con sus tirachinas cuando tuvo una idea:
—¡Ya está! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Para viajar a la Luna solo tengo que construir un gran tirachinas. Me subiré a él, saldré disparado y atravesaré el cielo hasta alcanzarla.
Era un plan arriesgado y requería mucha puntería, es verdad, pero Imhotep lo intentó. Con la ayuda de sus amigos fabricó un gran tirachinas, tan alto como una casa, y se preparó para el lanzamiento:
—¡Tensadlo bien fuerte! ¿Preparados? ¿Listos? ¡Allá voy!
Imhotep salió disparado y voló… un poco, cayendo sobre la arena de una duna cercana.
—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —dijo tras levantarse de un brinco—. Solo hacen falta unos ajustes y todo saldrá perfecto.
Imhotep diseñó un tirachinas más grande y se sentó sobre él, dispuesto para el lanzamiento:
—¡Todo listo! ¡Tirad! ¡Tirad!
El enorme tirachinas se tensó.
—¡Ahora! ¡Soltad! —gritó Imhotep.
Todos abrieron bien los ojos porque esta vez Imhotep voló mucho más alto, tan alto como vuelan los buitres. Y entonces… ¡Oh, no! Imhotep comenzó a descender velozmente hacia el suelo. ¡Plum! ¡Menudo tortazo!
Imhotep se rompió las dos manos y los dos pies en la caída y tardó muchos meses en recuperase.
Cuando todos pensaban que había desistido, Imhotep les dijo:
—Fue un pequeño error de cálculo, pero sé cómo solucionarlo. Solo necesito un intento más. Construiré el tirachinas que necesito y volaré hasta la Luna. ¡Ya lo veréis!
Imhotep dedicó tres años completos a fabricar el tirachinas más impresionante que nunca haya existido. Era tan grande como la más grande las pirámides. ¿Funcionaría?
Imhotep anunció a bombo y platillo el lugar y hora previsto para intentar su hazaña. La noche del lanzamiento miles de personas, incluido el mismísimo faraón, presenciaron algo extraordinario. Las gruesas cuerdas del tirachinas se tensaron hasta hacerlo crujir como un árbol a punto de romperse, con el gran artefacto apuntando en dirección a la Luna.
—¡Soltadlo! —ordenó Imhotep.
Y el enorme tirachinas con sus gigantescas cuerdas lanzó a Imhotep por los aires. Todos lo vieron salir despedido, subir y subir hasta desaparecer por el horizonte, quedando pasmados y sin poder articular palabra. Nunca más supieron de él, porque Imhotep nunca volvió a Egipto.
Entonces ¿qué fue de Imhotep? ¿Consiguió volar hasta la Luna? Eso algo que nadie sabe. Lo que es seguro es que, llegase donde llegase, fue donde tenía que ir. ¡Bravo por Imhotep!