Hay muchos cuentos de príncipes y princesas. Esos en los que siempre acaban felices y comiendo perdices. Este es un cuento con príncipe y con princesa, pero sin perdices. Verás:
Érase una vez, en un país muy lejano, un príncipe llamado Luis. Era un príncipe de los típicos: un guaperas con ojos azules, pelo rubio y traje de terciopelo. En aquella época no existía Internet ni sus redes sociales, pero te digo yo que, si las hubiera habido, Luis estaría todo el día subiendo fotos y vídeos. Puedes imaginar las fotos, con el príncipe Luis siempre sonriente, montando a caballo o tirando con arco.
La princesa de este cuento se llamaba Leonor, y era muy supersticiosa: cada vez que veía un gato negro, pensaba que le iba a pasar algo malo. Por supuesto, nunca pasaba por debajo de una escalera. Tenía siempre mucho cuidado al levantarse, para no apoyar primero el pie izquierdo. Y, evidentemente, nunca vestía de amarillo.
Leonor era princesa de un país cercano al de Luis, y por eso se conocieron. Nada más ver a Luis, Leonor quedó prendada de él. ¡Menudo príncipe! ¡Vaya porte! Coincidían en muchas fiestas y banquetes, e hicieron buenas migas. Se lo pasaban muy bien bailando, se reían y tenían temas de conversación principescos: que si me aprieta la corona, que si hacía calor para usar la capa en verano, que si a los postres les faltaba chocolate… Cosas real–mente importantes para ellos.
Pero Leonor, enamorada de Luis, no se atrevía a declararse.
-¿Me querrá Luis? -se preguntaba.
Supersticiosa como era, Leonor tuvo una idea:
-¡Ya sé! Es primavera. Deshojaré una margarita para saberlo.
Leonor salió de palacio, cogió una margarita y empezó a quitarle pétalos:
-Me quiere. No, me quiere. Me quiere. No, me quiere. Me quiere. No, me quiere. ¡Maldición! ¡No me quiere!
-Debe de ser un error -se dijo Leonor -. ¡Tonta margarita! ¡Probaré con otra!
-Me quiere. No, me quiere. Me quiere. No, me quiere. Me quiere. No, me quiere. ¡Aaahhhhh! ¡No puede ser!
Y Leonor siguió cogiendo margaritas y quitándoles los pétalos. Una tras otra, todas decían lo mismo: el príncipe Luis no la quería. Pero ella continuó y continuó deshojando margaritas durante días, incluso meses, hasta que todas se marchitaron con la llegada del otoño.
Finalmente, Leonor se dio por vencida y volvió a palacio. Al llegar, vio al príncipe Luis, paseando de la mano con otra princesa. Luis, al reconocer a Leonor, se acercó a ella.
-¡Leonor! ¡Cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Dónde te habías metido?
-Fui al campo, para averiguar si me querías –respondió Leonor-. Y veo que las margaritas tenían razón: no me amas.
-¿Amarte yo a ti? -dijo Luis, sorprendido y sonrojado-. Bueno, sí. Me gustabas, claro, pero te fuiste. Desapareciste mucho tiempo sin dejar rastro, y conocí a Sofía. Mis sentimientos han cambiado, y ahora mi corazón le pertenece a ella.
Cabizbaja, Leonor entró en palacio. Era tarde. Tenía hambre.
-¿Qué hay para cenar? -preguntó al cocinero.
-Codornices, alteza. Codornices.
Imágenes fuente: PIXABAY.COM
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