-¡Pasen y vean! ¡Disfruten del espectáculo más increíble y aterrador! -repetía por los altavoces la señora Stoker- ¡Disfruten con el Circo del Terror! El único circo del mundo que logrará hacerte pasar miedo.
La señora Stoker, que era la dueña del Circo del Terror, no se cansaba de repetir esas frases, una y otra vez. A ella, su circo, le parecía el mejor espectáculo del mundo. Le divertía oír cómo chillaba el público. Le gustaba ver la cara de pánico de los niños cuando el tiranosaurio abría sus fauces y rugía mostrando sus enormes y afilados dientes. También cuando el dragón lanzallamas chamuscaba algunas matas de pelo y cuando la bella vampiresa besaba en el cuello a algún incauto voluntario. Pero, sin duda, el momento cumbre llegaba al final: de repente, miles de ratas, de enormes ratas, aparecían por todas partes y recorrían las gradas. Entre gritos y pisotones, todos, niños y mayores por igual, salían corriendo y abandonaban el circo, despavoridos. Entonces, se hacía el silencio y la señora Stoker lo rompía con sus carcajadas.
Pero la señora Stoker no estaba del todo contenta. Uno de los monstruosos seres del circo no causaba el miedo que ella quería. El monstruo en cuestión se llamaba Babú. Babú tenía un cuerpo como… como de babosa gigante. Verde y con los ojos saltones. Una auténtica rareza. El problema era que Babú, por más que lo intentaba, en lugar de miedo, daba risa. Su voz sonaba alegre, divertida, y al moverse parecía un gran trozo de gelatina. Unos destartalados dientes asomaban por su boca, con la lengua oscilando siempre de un lado para otro, como la de un perrito que corre por el parque.
-¡Eres un inútil! -le decía a Babú la señora Stoker- ¡Das menos miedo que un niño con una pistola de agua!
-Lo siento, señora Babú -le prometo que esta noche lo conseguiré- Se asustarán más que si fuese un zombi. ¡Se lo prometo!
-Eso espero porque, si no es así, mañana estarás de patitas en la calle.
Babú pensó una fórmula para lograr dar, al menos, una sorpresa al público. Algo que resultase inesperado.
-¡Lo tengo! Haré que apaguen las luces. Entonces, sin que nadie me vea, me situaré en el centro de la pista, tapado con una sábana y, de repente, me la quitaré y gritaré como nunca antes lo he hecho.
Era un buen plan. O al menos, eso parecía. Porque, cuando Babú intentó quitarse la sábana, se hizo un lío con ella, calló de lado, empezó a rodar y a gritar:
-¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Estoy atrapado!
Al acabar la actuación, la Señora Stoker se acercó a Babú y le dijo:
-Ya sabes lo que tienes que hacer. No quiero verte más por aquí.
La mañana siguiente Babú recogió sus bártulos y se puso a andar sin rumbo fijo, pues no sabía dónde ir. Estuvo caminando sin parar hasta que, al llegar a un pueblo, vio algo que le resultó familiar. Era la carpa de un circo, pero no la del Circo del Terror. Babú se acercó. Un gran cartel anunciaba: “El Circo de la Alegría. El que hace que usted se ría”. En solo unos segundos, mientras Babú leía el cartel, un grupo de niños, curiosos, lo habían rodeado.
-Mira, mamá. Mira qué monstruo más chuli.
-¿Podemos tocarte?
-¡Ey, chavales! Fuera de aquí ¡fuera! -atronó una potente voz-. Perdónales; son solo niños. ¿Y tú, qué haces aquí? -preguntó a Babú-. Supongo que vienes por el trabajo, ¿no?
-¿Trabajo? ¿Qué trabajo?
-¿No lo sabes? Ayer se nos fue un payaso. Se deprimió. Por lo visto, no le gustaban los niños. ¿Tú te crees? ¡Lo nunca visto!
-Pues a mí me encantan -dijo Babú- Y por lo que se ve, yo a ellos también.
-Entonces, ¡no se hable más! Estás contratado. Empiezas esta noche.
A las pocas horas, Babú se estrenaba como payaso en el Circo de la Alegría. Por primera vez en su vida se sentía realmente feliz. Hacía lo que le gustaba: hacía reír.
Ilustración original de OpenClipart-Vectors, usada en los términos de Pixabay
Puedes escuchar este cuento en Youtube