Si le preguntas a una persona mayor qué es lo más antiguo que recuerda, puede que te conteste que su primer día de cole o, quizás, cuando cumplió 6 años. A veces es un sitio, como una casa antigua, o un lugar al que fue de vacaciones. Para otros es una comida, como los bocadillos de la merienda o los guisos de su abuela.
El viejo Árbol también tenía recuerdos. Los más antiguos eran difusos, apenas un sentimiento grabado en lo más profundo de su tronco de roble: los rayos de Sol calentando el verde tallo, cuando apenas levantaba un palmo del suelo. ¡Qué gustito! Dejar que el viento le meciera a un lado y a otro cuando soplaba y él era pequeñito. Y luego ¡cómo no! Su primera bellota. ¡Qué ilusión le hizo!
Árbol disfrutó de una buena infancia y solo con el tiempo se dio cuenta de que, en realidad, tuvo suerte al sobrevivir durante sus primeros años, que son muy difíciles para los árboles. Muchos de ellos son pisados por una vaca, o comidos por una oveja. Solo algunos sobreviven. Árbol lo consiguió y se enorgullecía de ello.
Estuvo a punto de sucumbir un verano. ¡Qué sequía! Meses y meses sin caer una gota de agua. Muchas plantas no lo soportaron. Suerte que, para entonces, Árbol era ya un roble joven lleno de energía.
Como ves, la vida de un árbol no es fácil y, de vez en cuando, tiene que afrontar situaciones difíciles. Árbol había sentido, aterrorizado, el tremendo calor de un incendio cercano y cómo una lluvia milagrosa, que llegó tras un ruido que cruzó el aire, le salvó de morir presa de las llamas. Otro día intentó mostrarse verde, muy verde, cuando resonaron cercanas las motosierras que talaban a los ejemplares enfermos del bosque.
Pero, al igual que la de las personas, la vida de un árbol está llena de buenos momentos que un árbol debe saber disfrutar. A Árbol le encantaba, por ejemplo, que todo tipo de pájaros anidasen en sus ramas. Sus cantos eran para Árbol la mejor música y, cuando notaba cómo un polluelo salía de su cascarón, Árbol hacía vibrar sus hojas y hacerlas sonar en señal de alegría. A Árbol le hacían cosquillas las hormigas cuando trepaban buscando comida y le divertía sobremanera cómo las ardillas iban de aquí para allá por sus ramas. Aunque no podía verlos, Árbol se sentía acompañado también por los demás robles del bosque y le gustaba que cualquier animal descansase a su sombra.
Desde que árbol asomó la cabeza (bueno, el tallo) han pasado muchos años. ¿Decenas? No. Más, más. ¿Centenas? ¡Y tanto! Árbol tiene ahora quinientos años y es el árbol más viejo del bosque. Lo visitan no solo animales, sino también personas curiosas. Árbol es feliz en el bosque haciendo felices a los pájaros, a las hormigas, a las ardillas, a las personas y a todo aquello que se le acerque. Porque, cuando te acercas a Árbol, él te siente y tú puedes sentir que estás ante algo valioso. Algo que cuida de ti y que tú debes cuidar.