Llegó el día que Freddie siempre había esperado: su primera actuación. Y nada menos que en un programa de televisión y ante un jurado. Un poco atrevido, la verdad. Hasta su papá le había dicho:
– Entre tú y yo. De padre a hijo: No te van a coger. No te esfuerces tanto. No pierdas la cabeza cantando. ¡Estudia, que es lo que tienes que hacer!
-No me pares ahora. Ya es tarde -le había respondido Freddie-. Todo irá bien. No voy a fallar.
El escenario estaba oscuro. Los focos, apagados. Pronto las luces se encenderían, la música sonaría y Freddie cantaría.
Mientras, allí, esperando en primera fila, intentando ver a Freddie en la oscuridad, estaba su madre. Sin saber por qué, recordó que cuando Freddie nació, se puso a llorar con fuerza, y ya no paró: de bebé, lloraba y gritaba todo el rato, como un chimpancé enfadado porque le han robado su plátano. Recordó también que, cuando fue al cole, él no paraba de cantar y de moverse en clase.
– ¡Vaya regalito que nos has traído! ¡Qué escándalo forma! -se quejaban sus profes- ¡Menudo culo inquieto! Es una auténtica tortura china.
¡Flash! ¡Las luces! Se habían encendido las luces. ¿Sería Freddie capaz de hacerlo bien bajo presión? ¿Qué cantaría? ¿Qué traje llevaría? No tenía ni idea. Él se había empeñado en que fuese una sorpresa. Estaba preocupada y su corazón, lleno de amor de madre, se aceleró.
– Todo irá bien. Diviértete -se dijo a sí misma para tranquilizarse. Pero… ¡Oh, no! Freddie apareció con una camiseta blanca de tirantes y un pantalón vaquero. ¡Qué vestimenta más cutre! La cosa empezaba mal.
Y fue a peor. Porque, nada más llegar al micrófono, Freddie lo cogió, estiró un brazo y, dirigiéndose al público, gritó:
– ¡Eo!
Silencio.
– ¡Ero! ¡Iro-re-ro ri-ro-re-ro!
Silencio total. Ninguna reacción.
A la mamá de Freddie casi se le para el corazón. Entonces, él empezó a cantar:
“Mama,
Ahora estoy aquí
Es un hermoso día
Amor de mi vida,
siempre,
Te amaré…”
La canción era un poco larga y no cabe entera en este cuento, así que te tenemos que ir directamente a lo que ocurrió después, cuando Freddie terminó de actuar. Era el turno del jurado, compuesto por tres personas:
– Te seré sincera -dijo la primera-. Con esa camiseta y ese pantalón no podrás triunfar nunca. Si al menos la canción no fuese tan ñoña y tan rara… Lo siento. Mi voto es un “no”.
– Hola, Freddie -dijo el segundo miembro del jurado-. Más pareces un bailarín que un cantante, la verdad. Y encima, bailas mal. Tú lenguaje corporal es patético. Vas hacia un lado y hacia otro del escenario haciendo como que tocas la guitarra sin tocarla. Andas hacia atrás, te contoneas sin motivo… Nunca más lo hagas, que a mí por poco me mareas. Te mereces un rotundo “no”.
Finalmente, intervino el tercer miembro del jurado:
– Mis compañeros tienen razón. Serás un perdedor al final. Otro que muerde el polvo. Te daré un consejo: si quieres ser cantante ¡opérate esos dientes! ¡qué pareces una rata!
– ¿Tienes algo que decir? -le preguntaron con sorna.
Freddie levantó con fuerza la cabeza, sonrió y dijo:
– ¡Oh, sÍÍÍí! ¡Que ha sido una pasada! ¡Guau! Y por mí nada más, que el show debe continuar.
Freddie siguió cantando toda su vida. Pero si quieres saber qué fue de él, tendrás que preguntárselo a alguien, porque este cuento, queridos amigos, acaba aquí.
Nda: En el texto de este cuento hay 26 títulos de canciones de Queen. ¿Cuántas encuentras?
0-1. No eres precisamente una persona melómana.
2. Quizás seas joven y te ha pillado el reggaeton.
3. Te gusta Queen, ¿verdad?
4-10. Estás entre los mejores.
+20. Si tienes un hijo, se llama Federico.
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