Hace NO mucho tiempo, concretamente ayer, la pequeña localidad de Villarriba celebraba sus elecciones. Algo más de trescientos vecinos estaban llamados a las urnas. En Villarriba, que son muy listos, decidieron que, para saber a quién elegir, se reunirían todos en la plaza. Allí, cada una de las seis personas que querían ser alcalde podría hacer dos cosas: elegir un color y prometer algo que haría si gobernase.
El primer candidato se puso en pie y dijo:
– Puedo prometer, y prometo, que si soy alcalde ¡os regalaré una rosa roja a cada uno! Y por ese motivo elijo el color rojo.
A algunos vecinos de Villarriba les pareció buena idea, que una flor siempre agrada, pero otros pensaron que al poco tiempo las rosas se marchitarían y de poco serviría.
La segunda candidata se levantó y dijo:
– Soy el candidato azul y puedo prometer, y prometo, que si soy alcalde todos los días el cielo estará claro, siempre azulado ¡Buen tiempo todo el año!
Hubo quienes se alegraron mucho al pensar que no tendrían que usar el paraguas, pero otros pensaron que igual, sin lluvia, se quedarían sin agua.
El tercer candidato, un señor con la barba bien cortada, tomó la palabra:
– ¡Tonterías! Lo que este pueblo necesita es ser más verde. Y no me refiero a reciclar y esas pamplinas, no. Me refiero a más color verde. Puedo prometer y prometo que pintaremos todas las casas de verde, las aceras de verde… ¡incluso todos los coches de verde! Y el que no lleve ropa verde, será expulsado del pueblo.
El verde es un buen color, pensaron casi todos. Pero eso de que todo, todo, tuviese que ser verde, no convenció a la mayoría.
El cuarto candidato, desgarbado y con coleta, se subió a una silla y gritó:
– ¡Soy el candidato morado! Votadme a mí, que puedo prometer y prometo que conmigo tendréis moras todo el año ¡montañas de moras!
Las moras están muy ricas, pero manchan mucho. Había quien quería moras, pero había quien no.
El quinto candidato, un guapo jovenzuelo, alzó la voz y dijo:
– ¿He escuchado bien? ¿Moras? ¡Bah! Os cansaríais de ellas en dos días. Si queréis algo sano y bueno, lo tendréis conmigo. Puedo prometer y prometo, como candidato naranja, que durante el invierno, que es cuando mis árboles dan naranjas, tendréis todas las que queráis ¡vitamina C para todos!
El zumo de naranja gustaba a la mayoría de los vecinos, pero otros pensaron que, como solo las tendrían en invierno, el alcalde no haría nada durante todas las demás estaciones.
Por último, el sexto candidato, habló alto y claro:
– Yo, el candidato amarillo, iré al grano. Puedo prometer y prometo que, si me elegís, os daré a cada uno mucho oro: una gran bolsa llena de oro a cada persona. Y digo más: a quien no le guste el oro ¡le atiborraré de miel!
Oro y miel… ummmhhh… suena bien, pensaron casi todos en el pueblo.
Habiendo escuchado todas las promesas, los vecinos de Villarriba votaron y salió elegido, por gran mayoría, el candidato amarillo.
Al día siguiente, cuando el primer vecino se despertó, fue a casa del alcalde amarillo a pedirle su bolsa de oro.
– Pero ¿qué? ¿en serio tengo que hacer lo dije? ¡si era solo una promesa para que me votaseis! Está claro que no tengo oro para todos. Pero ¿qué importa? Muchos alcaldes que han prometido cosas imposibles no las cumplen.
Los vecinos de Villarriba estaban muy enfadados, porque el alcalde amarillo les había engañado. Decidieron que ya no seguiría siéndolo. ¡Fuera! No había durado ni un día en el puesto. Así que, en lugar de elecciones, optaron por hacer un experimento: en lo sucesivo, cada día sería alcalde una persona diferente, por turnos, y lo haría lo mejor que pudiese. ¿Cómo salió el experimento? ¿les fue bien? Pues no se sabe, porque si vuelves al comienzo del cuento, te darás cuenta de que este experimento… ha comenzado hoy.
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