Cuando el Volkswagen Escarabajo salió de la fábrica su tubo de escape cromado brillaba bajo un sol resplandeciente, sus faros no tenían ni un mosquito y su interior desprendía ese olor inconfundible a coche nuevo.
De inmediato, lo montaron en un camión y lo llevaron al concesionario del señor Ferdinand, que lo situó junto al cristal, en el mejor sitio del escaparate. No era para menos; el coche lo tenía todo: motor trasero tipo bóxer, 1.300 centímetros cúbicos, 44 caballos de potencia y unas llantas de aleación que ya las quisiera un Ferrari. Por si fuera poco ¡era descapotable! ¡Qué envidia despertó entre los demás coches!
– Ya está aquí otro novato.
– ¡Será chulito! Mírale ahí, pintado de rosa; ¡qué atrevido!
Un momento. ¿Pintado de rosa? Pues sí. De rosa chicle; un color muy bonito pero que se utiliza poco en los coches.
El señor Ferdinand creía que tan magnífico coche se vendería muy rápido, pero no fue así. Pasaban los días y las semanas y nadie compraba el Escarabajo.
– Es un buen coche, sí… pero es que… el color…ese rosa… ¿podría pedirlo blanco?
Como nadie lo compraba, el señor Ferdinand acabó por colocar al Escarabajo rosa en el fondo de la tienda, en una esquina donde casi no se le veía. Al cabo de un año, viendo que no hacía más que coger polvo, lo cubrió con una lona gris.
Durante años y años pasaron por la tienda muchísimos clientes, pero ninguno se interesó por lo que habría bajo aquella lona hasta que, justo el día en que el Escarabajo cumplía 20 años, el señor Bugatti entró diciendo:
– Buenos días. Vengo a buscar piezas de Volkswagen Escarabajo.
– ¿Piezas de recambio? ¿No le interesaría más uno nuevo? -el señor Ferdinand era un buen vendedor.
– ¿Me toma el pelo? Ese modelo ya no se fabrica.
– Cierto. Pero venga, venga conmigo.
El señor Ferdinand destapó la lona y los ojos del señor Bugatti crecieron como globos que se hinchan.
– Le gusta ¿verdad? Se lo dejo barato. Aquí no hace más que estorbar.
– ¿En serio? ¡Pero si ya es un clásico! Está impoluto, es descapotable y muy especial porque es… ¡rosa!
El señor Bugatti compró el Escarabajo, que arrancó a la primera. Salieron a la carretera y se cruzaron con algunos de los coches que, 20 años atrás, habían compartido con él escaparate. Con tantos años de uso, la mayoría se habían convertido en viejas tartanas llenas de bollos. Boquiabiertos, vieron pasar al flamante y orgulloso Escarabajo que avanzaba, con la capota bajada, disfrutando del viento y del inconfundible runrún de su motor refrigerado por aire. Tenía por delante infinidad de kilómetros y de aventuras. La vida le sonreía. Y no una vida cualquiera, no: una auténtica vida en rosa.