Érase una vez un viejo gruñón que antaño había sido pirata. Desde joven tuvo el pelo gris y una larga barba; por eso lo llamaban Barbaplata.
Barbaplata vivía solo, rodeado de objetos que se había quedado en recuerdo de sus tiempos como lobo de mar. Tenía un garfio, varios mapas, una bandera pirata, un parche, su espada, un cañón de barco con mucha munición… ¡hasta un cofre del tesoro con tesoro y todo!
Cuando llegó el verano, Barbaplata abrió las puertas y ventanas de su casa, y por ellas se colaron molestas moscas. A Barbaplata no le gustaban nada las moscas. Probó a cazarlas con las manos, pero no lo consiguió. Probó con la espada, y tampoco lo logró. Probó con el garfio, y por poco rompe las cortinas. Barbaplata, muy enfadado, cargó el cañón de munición y se puso a cazar moscas a cañonazos. Una bala salió por la ventana, otra por la chimenea, otra por la puerta y otra hizo un boquete en la pared. Barbaplata se dio cuenta de que ese no era buen sistema. Entonces se acordó de que, en una de sus aventuras, había visto cómo un camaleón se zampaba una mosca con su larga lengua. Así que Barbaplata fue al pueblo más cercano, compró un camaleón y volvió a su casa. ¡Funcionó! El camaleón sí que sabía cazar moscas.
Desde aquel día las moscas no le molestan y Barbaplata ya no es tan gruñón.
Imagen: Alba Quirós Maya. 7 años