Carlitos era un tipo con suerte. Al principio, solo con un poco de suerte, la suerte de las pequeñas cosas: si él salía a la calle sin paraguas, cesaba de llover. Si se perdía por la ciudad, encontraba bonitos rincones donde pasar el rato. Era divertido, aunque solo Carlitos lo sabía.
Pero la cosa fue a más: Un día Carlitos jugó a la lotería, y le tocó. Volvió a jugar, y le volvió a tocar. Gustavo, el reportero, le hizo una entrevista para retransmitirla en directo. La Jefa de la escudería Williams, Claire Williams, que por casualidad vio la entrevista, lo tuvo claro: ficharía a Carlitos.
– ¡Estás loca! -le decían. ¿Acaso sabe pilotar? ¡Puede que ni siquiera sepa conducir!
Pero Claire se lo propuso a Carlitos y éste aceptó, aunque por supuesto no era piloto y solo pudieron hacer algunos entrenamientos antes de comenzar la temporada.
Llegó el fin de semana esperado, el primer GP de la temporada, con Carlitos pilotando el Williams por Albert Park. Lógicamente, quedó el último en la clasificación y salía al fondo de la parrilla. Decidió hacerlo con prudencia, despacito, y fue espectador de lujo del mayor accidente nunca visto en F1: diecinueve coches formaron un amasijo de carbono, aluminio y caucho en la primera chicane. Solo Carlitos pudo evitarlo y continuar en pista. Tras unas cuantas vueltas saludando al público, Carlitos, debutante, ganó su primera carrera.
En la segunda prueba, Carlitos volvió a ser el más lento en la qualy, claro está. También rodaba el más lento en carrera cuando escuchó un mensaje de radio: “box, box”. Carlitos entró en boxes, detuvo el monoplaza y reemprendió la marcha. Solo entonces se dieron cuenta en el equipo del error que habían cometido: ¡le habían puesto neumáticos de lluvia extrema! ¡Qué desastre! Pero en cuanto Carlitos salió del carril de boxes, las nubes se cerraron y comenzó a llover como nunca lo había hecho. De inmediato, todos los vehículos empezaron a salirse de pista y a sufrir aparatosos accidentes. ¿Todos? ¡No! Carlitos, con sus neumáticos de lluvia y ritmo percherón, se mantenía en pista y, de nuevo, acabó en solitario la carrera. ¡Qué suerte!
Llegó la tercera prueba, bajo el Sol abrasador del desierto. Tanto calor hizo que los ingenieros avisaron a los pilotos: no subáis los motores de vueltas, pues se calentarían demasiado y pueden estropearse. Pero cuando el semáforo se apagó, todos los pilotos, que por algo son pilotos, olvidaron la advertencia y se pusieron a correr como demonios… fundiendo sus motores, que no hacían más que dejar regueros de aceite y nubes de humo por la pista. Incluso Gasly, que no iba muy rápido, tuvo que parar a refrigerar su motor, ya exhausto, mientras su ingeniero le decía “trata de arrancarlo, por Dios. ¡Trata de arrancarlo!” Mientras, un monoplaza avanzaba despacito y sin forzar; era Carlitos, que por tercera vez entraba en meta victorioso.
Y así transcurrió todo el campeonato, con Carlitos ganando carrera tras carrera por uno u otro motivo y Williams consiguiendo, como antaño, el título de constructores.