El pulpo Paul

En la vida, a veces, hay que elegir: Por ejemplo, entre chicle de menta o chicle de fresa. Teñirse el pelo de marrón o de rosa. Jugar al parchís o a la oca.

En ocasiones es fácil escoger (supongo que el pelo rosa te gusta más que el aburrido marrón ¿no?) pero, en otras, la cosa no está tan clara; hay dudas. Y cuando hay dudas tienes varias opciones: una es pedir consejo a alguien con experiencia. Otra es informarte muy bien sobre ese tema, antes de decidir. También puedes echarlo a suertes tirando una moneda al aire ¿verdad? Cada cual lo hace su manera.

La reina Mimí, cuando tenía que tomar decisiones importantes, usaba el método del Pulpo Paul. ¿Cómo? ¿Que no sabes a qué me refiero? Pues era así:

Ella tenía en palacio una pecera grande, llena de agua. Dentro de la pecera había también pequeñas pelotas, algunas rojas y otras verdes. Por supuesto, allí es donde vivía su pulpo: el pulpo Paul. Cuando llegaba el momento de optar entre dos cosas, la reina preguntaba al pulpo. Si él cogía una pelota verde, la respuesta era un “SÍ”. Si cogía una roja, era un “NO”. Verde, “SÍ”. Roja, “NO”. Sencillo y eficaz. ¡Y se ahorraba una pasta en consejeros!

En confianza te diré que el pulpo Paul no tenía ni idea de lo que hacía. Cogía una pelota u otra por puro azar. Él no entendía nada de guerras, ni de impuestos, ni de guillotinas, ni de ná. Sin embargo, la reina Mimí confiaba en este método ciegamente, pues creía que Paul siempre acertaba.

Pero Mimí cometió un error fatal. Confiada, le preguntó a Paul:

-Pulpito bonito, dime ¿acaso soy la mejor reina de la Tierra?

El pulpo Paul cogió una pelota roja y se la dio a Mimí.

-¿No soy la mejor reina? ¿En serio? ¡Qué disgusto! Bueno, al menos, soy una buena reina, ¿verdad?

Y el pulpo Paul extendió sus tentáculos, volviendo a atrapar una pelota roja.

-¡Oh! ¡Eso ha dolido! ¡Que no soy buena reina! ¿Qué debo hacer entonces? ¿Renunciar al trono?

El pulpo Paul, sin dudarlo, agarró una pelota verde.

-¡Cielos! ¡Debo renunciar al trono!

Haciendo de tripas corazón, Mimí alzó la vista al frente y, con regia compostura, proclamó:

-Siempre te he hecho caso, Paul, y siempre lo haré.

La reina Mimí se quitó su corona y abandonó el palacio, dejando el trono vacío para quien quisiera cogerlo. Ella solo se llevó algo de ropa y la pecera con Paul. Bueno… también una bolsa grande, llena de oro; pura costumbre.

Pasaban las semanas y Mimí no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Lo que había ocurrido era muy raro. Ella había sido una buena reina. ¿Paul había dicho la verdad? ¿o quizás no? Tenía que salir de dudas. Mirando al pulpo, Mimí le preguntó:

-Paul. Esta es la última pregunta que te haré: ¿me has engañado?

El pulpo, sin ton ni son, cogió una pelota… verde ¡Era un “sí”!

-¡Me has engañado! -sollozó Mimí.

El día siguiente, Mimí se levantó con un fuerte dolor de barriga. Demasiado pulpo.

Ilustración original de OpenClipart-Vectors, usada en los términos de Pixabay

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