La nariz de Berto era grande; una buena narizota, que a Berto le gustaba.
-¡Parezco un emperador romano! -pensaba Berto cada vez que se miraba al espejo.
Con su prodigiosa nariz, Berto era capaz de oler mucho mejor que los demás. Cuando llegaba la primavera, Berto era el primero en saborear el aroma de las margaritas. Disfrutaba cuando su vecina, la señora Buenafuente, hacía tortitas con nata. Le gustaba sentarse en la playa a saborear la brisa marina, y hacer cola en la panadería era para él un placer sin igual.
A Berto su nariz solo le causaba un problemilla sin importancia: se la manchaba siempre que comía espaguetis, pero hasta eso le parecía divertido y él era feliz con su gran napia.
Mas todo cambió el día en que llegó a su clase un niño nuevo. Se llamaba David y, la verdad, siempre andaba metiéndose en líos y broncas. Por eso le llaman “Broncano”. El profesor sentó a David, el Broncano, justo al lado de Berto.
Berto, que era muy tímido, agachó la cabeza. David no perdió el tiempo y, de inmediato, dijo en voz alta:
-Hola. Soy David. ¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Pinocho? ¿O Dumbo?
Todos los demás niños se rieron y, por primera vez, Berto sintió vergüenza de su nariz. Pasó todo el día triste. ¿Qué culpa tenía él de que su nariz fuese tan grandota?
Tan triste estaba Berto que, cuando se acostó, una lágrima recorrió su mejilla y no era capaz de dormir. Daba vueltas en la cama y el tiempo pasaba lentamente. De pronto, algo llamó su atención. Bueno, más bien llamó la atención de su nariz. Era un olor ahumado, como a madera quemada. Olor a…
-¡Fueeegoooo! -gritó Berto.
-¿Qué ocurre hijo? Tranquilo. No hay ningún fuego. Sería una pesadilla -le dijeron su mamá y su papá.
-¡Sí que hay fuego! ¡Estoy seguro! ¡Mi nariz nunca falla! El olor viene de la calle, aunque todavía es ligero.
Los tres salieron a la calle y vieron que, efectivamente, allá lejos un fuego estaba naciendo.
-¡Hay que avisar a los bomberos!
La mamá y el papá de Berto llamaron a los bomberos, que se montaron en sus camiones, encendieron las sirenas y salieron raudos a apagar el fuego.
Al día siguiente, mientras estaban en clase, alguien llamó la puerta y entró dentro. Iba vestido de bombero, y dijo:
-Hola a todos. Busco a un niño que se llama Berto ¿está aquí?
-Soy… yo -dijo Berto en voz baja.
-Buenos días, Berto. Soy el Jefe de Bomberos y vengo a darte las gracias en nombre de toda la ciudad. Gracias a que ayer recibimos pronto el aviso pudimos sofocar el fuego. De no ser por ti, el incendió hubiese crecido y habría causado grandes daños. ¡Te mereces un fuerte aplauso!
Todos los niños aplaudieron bien fuerte y, cuando el aplauso terminó, David Broncano se acercó a Berto y le dijo:
-¡Ey, Berto! Perdona las burlas que he hecho sobre tu nariz. Me equivocaba. Ahora sé que no es una nariz grande; es ¡una gran nariz! ¿Jugamos?