Perico no jugaba bien al fútbol. No metía un gol ni tirando a bocajarro y con la portería vacía. Desde que era pequeño, lo suyo era montar en bici. Perico estaba apuntado a una escuela de ciclismo y entrenaba varios días cada semana. Su especialidad: las bajadas. Le gustaba subir a un cerro cercano al pueblo y lanzarse cuesta abajo a toda mecha.
Cristian sí jugaba bien al fútbol. Y lo hacía muy bien. Era, sin duda, el mejor delantero de su colegio. Metía goles de todos los colores: con una pierna, con la otra, de cabeza y, si hacía falta, con la rodilla y hasta de espaldas.
-¡Eres un crack! – le decían todos.
Cristian vio bajar el camino a Perico con la bici. Iba rápido. Aunque había algunos baches, curvas cerradas e incluso saltos, Perico se los conocía al dedillo. Disfrutaba trazando con soltura y haciendo derrapes.
-¡Ey! ¡Perico! -dijo Cristian-. Buena bajada, tío. ¡Mola! Y tiene pinta de ser fácil.
-¡Hola Cristian! Bueno, fácil, fácil, no es. Para bajarla así de rápido hay que practicar mucho, ¡que no se hizo Roma en un día!
-¡Bah! No será para tanto -respondió Cristian.
Pocos días después, en su cumpleaños, le regalaron a Cristian una bici. Se puso muy contento. Tanto, que la cogió y fue, directamente, en dirección al cerro. No lo hizo montado, sino empujándola, porque no sabía dar pedales.
-¡Qué más da! -pensaba-. ¡Cuesta abajo no necesito pedalear!
Cuando llegó a la cima, Cristian se subió en la bici y… ¡Yuuuppiiii! Comenzó a bajar, sonriente y seguro de sí mismo. Eufórico. Pero pronto, cuando la velocidad aumentó, la sonrisa se fue borrando de su cara y su lugar lo ocupó el miedo. ¿Cómo se frenaba? ¡No lo sabía! La siguiente curva se acercaba rápidamente, y esta vez… ¡cataplum! ¡menudo tortazo!
Dolorido, Cristian bajó hasta el pueblo a pie. Al llegar encontró a Perico, que al verlo magullado le preguntó:
-¿Qué te ha pasado?
-Me he caído con la bici -respondió Cristian-. Tenías razón; no era nada fácil bajar como tú lo haces. ¿Podrías enseñarme?
-¡Cuenta con ello! Seguro que le coges el truco -le dijo Perico.
-Genial. Pero tendremos que esperar unos días; me he hecho daño en la muñeca -se quejó Cristian.
-¡No pasa nada! No hay prisa ¡No se hizo Roma en un día!