Desde bien pequeña, a la princesa María Antoñeta no le gustaban las muñecas. Ella prefería jugar a la guerra con soldados de plomo, espadas, piedras y aviones de papel. De hecho, las pobres muñecas solo le servían para ser el blanco de bombardeos:
– Rrrhhhhhuuuhhhh. ¡Bomba! Pppgggg. ¡Toma ya! -exclamaba al atizarles en el ojo.
Por eso, cuando María Antoñeta subió al trono, lo primero que hizo fue mandar construir bombas, muchas bombas. Tenía ganas de hacer la guerra, pero la guerra de verdad.
– ¡Cómo mola! Por fin puedo tener bombas de las que explotan. De las que hacen mucho ruido y crean grandes boquetes en el suelo. ¡Pooommm!
– Pero majestad -le decían- las bombas de verdad hacen daño. Matan a personas. ¡A muchas personas!
– No me importa -respondía María Antoñeta-. ¡Será por gente! ¡Hay gente de sobra!
Ante la crueldad de la reina, intentaron persuadirla:
– Formidable soberana, hemos inventado nuevas bombas: son bombas fétidas. Explotan en el aire. Hacen ruido, pero no matan a nadie.
– Ummhh. De acuerdo -aceptó María Antoñeta- ¡Probémoslas!
Para contentar a la reina se lanzaron a la vez un montón de bombas fétidas.
– ¡Puag! ¡Qué asco! -se quejó la monarca-. Menudo bodrio de invento. ¡No quiero ver ni una más de estas! Y como me habéis enfadado, mañana lanzaremos 10.000 bombas de las de verdad. Quiero que el aire se llene de olor a pólvora. ¡Ja ja ja!
Todos en el reino tenían miedo. ¡10.000 bombas! Había que hacer algo.
– ¡Oh, excelencia! Es verano y hace mucho calor. Quizás podría probar las bombas de agua, que son las más refrescantes.
– ¿Bombas de agua? ¿Qué es eso?
– Vamos a la piscina, fabulosa alteza, y se lo mostraremos.
Llevaron a la reina a la piscina del palacio y todos se pusieron a lanzarse al agua saltando bien fuerte, sujetando las piernas y diciendo:
– ¡Bombaaa!
A María Antoñeta aquello le hizo gracia y, para sorpresa de todos, se puso a correr y, sin quitarse su real traje, se tiró dentro de la piscina mientras gritaba:
– ¡BOMBA VAAAA!
Se lo pasó tan bien que, desde entonces, aquellas fueron las únicas bombas que le gustaron y el país pudo vivir en paz.
Como nada es perfecto, María Antoñeta decretó que todas las personas del reino debían jugar a bomba en la piscina a diario, fuese invierno o verano, hiciese sol o lloviese. Al principio, a los habitantes del reino les costó un poco bañarse en invierno, pero pronto se acostumbraron y ahora ya no sienten frío. Así que, si viajas hasta allí, mete el bañador en la maleta y prepárate para pasártelo… ¡BOOOMBAAA!
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